Dios está en todos lados pero nació en el Hospital Evita, donde hoy la calle del policlínico lleva su nombre a modo de homenaje. El Pelusa, Diego, Diegol; el hombre que hizo feliz a los pobres y llenó de gloria a su tierra santa.

Pensar en Diego Armando Maradona, o tratar de describirlo, puede ser una tarea infinita, pero que se logra resumir, al menos un poco, si lo asociamos con sus raíces, con la ciudad que lo vio nacer. Del Hospital Evita al Estadio Azteca, de Lanús a la Copa del Mundo, del pibe de potrero que soñaba con ganar un mundial al mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. 

El 30 de octubre de 1960, en el mundo nacía una leyenda; Don Chitoro y Doña Tota tuvieron que salir de urgencia al Evita porque una estrella venía en camino. En un dolor indescriptible que sentía la mamá de Pelusa por las contracciones, partieron de su humilde hogar y caminaron tres cuadras hasta llegar a la Estación Fiorito. A bordo del viejo tranvía, se bajaron a media cuadra del hospital que hoy se encuentra sobre la calle Diego Maradona, ex Río de Janeiro, y a donde comenzó todo.

Un camino de éxito, glorias, caídas, amor y humildad; con rencores y odios, porque eso era Diego. En su vida no existían grises, ni mucho menos había lugar para la tibieza que tan de moda se puso en los últimos años. Solidario con los suyos, al barrio lo llevó siempre presente porque la pasó, lo sufrió, sintió de cerca las necesidades y fue el héroe sin capa de los pobres, quienes viéndolo jugar a él, se olvidaron de sus necesidades.

“Yo nací en Lanús”, dijo muchas veces con orgullo. Una de ellas fue en un partido a beneficio que se jugó en la tierra que lo vio nacer, más precisamente en La Fortaleza, cuando el Club Atlético Lanús y Talleres de Remedios de Escalada se unieron, a pesar de su rivalidad, para salvar de la quiebra a este último. Un Diego rejuvenecido, sonriente, recuperado de sus problemas de salud que casi le cuestan la vida a principios de esa década, jugó como en el patio de su casa, un tiempo para cada equipo, haciendo felices a propios y extraños. Incluso a él.

Diego, Pelusa, Diegol, el más humano de todos los dioses. Nacido en Lanús, destinado a la gloria máxima, como aquella Copa del Mundo de 1986, como ese gol a los ingleses, vengando a nuestro modo a nuestros Héroes de Malvinas. Un orgullo de Lanús, que hizo feliz a nuestro pueblo y a los pueblos del mundo. Simplemente, Diego. Porque era simple. Diego.

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